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El Describidor

Una travesía por las orillas del río Lauca

Una alfombra roja, rosada y blanca cubre la laguna Saquewa y el islote Sacabaya. El silencio absoluto del altiplano sólo es roto por el suave chapoteo de las delgadas patas de los flamencos, quienes recorren las sulfurosas aguas del embalse buscando alimento. A unos 200 metros del grupo de aves, se levanta el mirador Calanguiri, construido recientemente, donde turistas y biólogos del Parque Sajama observan a los plumíferos mediante sus binoculares y telescopios provistos por los guías nativos de las tres comunidades que forman parte del circuito turístico del río Lauca, en Oruro.

Poco antes de semejante espectáculo, los visitantes —entre ellos las familias del representante residente del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Antonio Molpeceres, y del embajador de México, Antonio Zabalgoitia— recorrieron durante cuatro horas la silenciosa planicie orureña, a pie y en vehículos, disfrutando de las chullpas, tumbas que se observan en un radio de unos 20 kilómetros.

Este circuito —que se puede contratar en el número 2193 de la avenida Sánchez Lima de la ciudad de La Paz— es el resultado de un proyecto financiado por el PNUD, pero que surgió por iniciativa de las tres comunidades de la zona: Macaya, Sacabaya y Julo, que decidieron aprovechar las majestuosas chullpas multicolores, que se alzan por toda la región, y las dos lagunas, Macaya y Saquewa, pobladas por, al menos, tres especies diferenciadas de flamenco.

La iglesia de Macaya

A 41 kilómetros de Tambo Quemado, a casi cuatro horas y media de viaje en automóvil desde La Paz, se encuentra la comunidad de Macaya, punto de partida del recorrido turístico. El costo del paseo es 12 dólares americanos para los ciudadanos extranjeros, 10 dólares para los bolivianos y entre ocho a cinco para los estudiantes y niños.

Junto a la compañía de un guía turístico, el viajero recibe una bolsa con todas las provisiones necesarias: una botella de agua, una bolsita con una mezcla de granos loca- les y uvas pasas y un paquete de charquecán con papa. Los guías, todos ellos pobladores originarios de una de las tres comunidades, son asignados uno por cada grupo.

Flavio Choque, vicepresidente de la empresa regional del circuito turístico del río Lauca y también guía, es el encargado de ensalzar las bondades de Macaya. ´El pueblo de Macaya mantiene el aspecto con el que nació hace unos 100 años. Las casas son todas de adobe y pocos son los tejados formados por calaminas metálicas´, explica mientras lleva a los visitantes por medio de la población hacia la iglesia, ubicada a unos 500 metros sobre un gran promontorio.

El templo es pequeño, de una sola nave y de color completamente blanco, producto del estuco y de las piedras volcánicas que lo conforman. Fue construido hacia los años 20 y ha sido sometido a constantes saqueos. Su estilo recuerda mucho al de las construcciones coloniales que pueblan el Altiplano, pero su origen es más reciente y su fachada carece del color terroso.

Los colores de la laguna

A pocos pasos de la iglesia, se halla el mirador Macaya, desde donde se aprecia una laguna con el mismo nombre, la más pequeña de las dos que se ven durante el recorrido.

´En ella se puede distinguir a tres especies de flamenco. Los más rojos son los flamencos chilenos (Phoenicopterus chilensis). Los de plumas blancas son las parinas chicas (Phoenicoparrus jamesi) y los que son completamente blancos son los flamencos andinos (Phoenicoparrus andinus)´, sintetiza Flavio apuntando a cada animal.

En la región, entre tanto, hay ricos yacimientos de bórax y azufre, que son los elementos que se filtran en el fondo de los embalses, de poca profundidad, dotándoles de reflejos cobrizos, blancos y ámbar.

Pese a su belleza, en sus cercanías hay que extremar las precauciones. ´Hay que evitar que los turistas metan la mano al agua o traten de tomarla´, advierte Flavio. Lo que pasa es que el exceso de azufre y otros minerales hace que resulten sumamente dañinas para el ser humano.

Majestuosas tumbas

Abordando los vehículos, la caravana de turistas se dirige al sur, siguiendo la ruta hacia Sacabaya, la segunda población del circuito.

Atravesando antiguos caminos de herradura, los visitantes pueden disfrutar de impresionantes montañas, entre ellas el ´Doctor Sajama´ —uno de los cerros más altos de Bolivia— y las Tres Marías.

Pero lo que llama la atención alrededor de la ruta son unas extrañas construcciones de barro que conservan incluso las coloraciones originales. Se trata de las chullpas, tumbas hoy vacías de tesoros que durante años estuvieron expuestas a saqueos. Por suerte, algunas de ellas todavía conservan los restos de quienes alguna vez fueron personalidades de los reinos aymaras y del imperio incaico.

Flavio cuenta cómo participó de la restauración de los monumentos funerarios. ´Las chullpas más viejas, las que ya casi no tienen color, son del siglo XV, y por lo que hemos podido ver mientras reparábamos las tumbas, esta región era una especie de campo santo´.

Todas las chullpas se levantan en pareja, ya que en la cosmovisión andina el hombre está siempre con su contraparte, la mujer; y el significado de sus patrones de diseño, poco comunes, no ha sido descifrado aún por los expertos.

De entre todas, mientras, una tumba destaca sobremanera. Pintada de escarlata, con una cruz blanca y rodeada de extraños símbolos, su fachada se asemeja a un rostro sorprendido. Muestra, además, dos pequeños orificios, donde antaño se colocaban ofrendas.

Un mirador privilegiado

Más al sur, antes de llegar al poblado de Julo, está el arenal de Crusani. Parecidas a un inmenso plato de helado granizado, las dunas, de arena limpia y blanca, son la señal que indica que el camino es el adecuado para arribar a la última etapa del viaje: la laguna de Saquewa.

Este cuerpo de agua es más grande que el de Macaya e incluso cuenta con una pequeña isla en el medio. También está más saturado de sales y otros minerales, por lo que el aire tiene un ligero olor a azufre, y el suelo está cubierto con cristales de sal.

La laguna, asimismo, cuenta con una mayor población de flamencos, lo que le convierte en un espectacular enclave. Allá, en el mirador Calanguiri, han sido instalados telescopios y binoculares para que los turistas y los biólogos que trabajan en el Parque Sajama puedan observar el vuelo de cualquier plumífero, aunque la actividad se debe realizar en el más absoluto de los silencios.

El mínimo ruido espanta a las aves y hace que levanten el vuelo de manera inmediata, lo que es un perjuicio para los científicos, que ven impotentes una y otra vez cómo su trabajo tiene que ser interrumpido porque los fotógrafos visitantes se acercan demasiado a las orillas, en busca de obtener la toma perfecta.

Jorge Soruco

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