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El Describidor

La tierra

Los exiliados del clima

El 60% de los flujos migratorios tiene que ver con motivos relacionados con el medio ambiente. La situación es tan grave que incluso algunos países corren riesgo de desaparecer.

Las Naciones Unidas han dado el aviso: el mayor número de desplazados ya no se produce —ni se producirá durante los próximos años— por los conflictos armados; el 60% de los movimientos migratorios está hoy causado por el cambio climático y los desastres de origen natural, como las sequías e inundaciones.

La ONU estima que dentro de cinco años habrá por lo menos 50 millones de refugiados en el mundo, pero no huyendo de la violencia o las extremas condiciones de pobreza, sino del deterioro del medio ambiente, y que a finales de siglo ya serán 150 millones los desplazados por estas razones ecológicas. Otros organismos dan pronósticos de hasta 400 millones de personas. En esta pesadilla numérica, un millón de ellos corresponderá a personas arrancadas de sus raíces sólo en las tierras de los archipiélagos del Pacífico. Personas de pequeños estados-isla, que no sólo perderán su asiento físico y cultural irreversiblemente, sino incluso su soberanía nacional.

Ahora se habla de refugiado cuando alguien es perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad o pertenencia a determinado grupo social o político. Pero con este panorama se siente cada vez más la necesidad de acotar bien el concepto de refugiado ambiental, de todo aquel que debe dejar su hogar por la degradación del medio natural que le rodea.

Además, aunque todavía no se les concede un estatuto especial, sí se sabe cuáles son los países que sufrirán graves transformaciones como consecuencia del clima. De hecho, los primeros exilios se han iniciado y afectan ya a miles de personas.

Las cifras del problema

Todo comenzó a dar un giro radical el año pasado por estas fechas, pues hasta la terrible devastación de Nueva Orleans por el huracán Katrina, el término refugiado climático (o ambiental) era realmente desconocido por el público.

Aunque el nombre está en uso desde 1940, muchos no lo oyeron, o no lo creyeron, hasta que lo sufrió un país rico en su propio territorio y los medios de comunicación de todo el mundo comprobaron que el desplazamiento de ingentes mareas humanas es posible no sólo por las guerras o la pobreza, sino también por el recalentamiento planetario. El cambio del clima, aunque azota mucho más a los que tienen menos recursos, empieza ya a llamar a la puerta de los poderosos.

Entre tanto, en su informe de febrero de 2005 “Refugiados ambientales: uno de los principales problemas del siglo XXI”, el foro Ecoestrategia de ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) subraya: “Mientras algunos creen que la solución pasa por la fortificación de fronteras, otros, con mayor sentido común, argumentan que el Norte debe pagar su deuda ecológica y solucionar estos problemas climáticos y ambientales que afectan al Sur y han sido creados por su, hasta ahora, insostenible desarrollo económico”.

Más apuntes para la conciencia: “En las áreas rurales más pobres, el aumento de los espacios áridos y la erosión de la tierra suelen ser las principales causas para que los habitantes busquen otros espacios”, indica Janos Bogardi, director del Instituto para el Ambiente y la Seguridad Humana, del centro académico de Naciones Unidas. “Esto se debe al uso poco sostenible de la tierra y su interacción con el cambio climático, más su amplificación por el gran crecimiento demográfico”, agrega. “Otro factor a tener en cuenta son las inundaciones, provocadas por los crecientes niveles de dióxido de carbono en la atmósfera, más allá de las fluctuaciones naturales”.

En el otro sentido, los desiertos ocupan ya una cuarta parte de la superficie del planeta, y el 8% de la población mundial, nada menos que 500 millones de personas, vive en ellos o en sus márgenes, según un informe del Programa de la ONU para el Medio Ambiente.

Lo que sucede es que estamos poniendo el planeta patas arriba. Si continuamos con la misma tasa de consumo de energías derivadas de la combustión fósil, el contenido de dióxido de carbono del aire se duplicará en el año 2100, intensificando el efecto invernadero. Según el IPCC (Panel Internacional sobre Cambio Climático, puesto en marcha en 1988 por la ONU y formado por más de 2.000 científicos), esto provocará una subida de las temperaturas medias globales entre uno y 3,5 grados.

Aunque a simple vista ese calentamiento no parece muy grande, es un salto equivalente al que se dio en la última glaciación, pero en sentido inverso. Ese aumento provocaría una subida del nivel del mar de entre 9 y 99 centímetros. Además, sería el cambio más rápido producido en los últimos 100.000 años, lo que haría difícil que los ecosistemas se adaptaran.

Según un reciente estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que examina las relaciones entre clima y salud pública, el calentamiento de la Tierra tiene, asimismo, una influencia directa en 150.000 muertes anuales. En este sentido, muchos de los males de los países pobres están relacionados con el clima: en Perú, por ejemplo, aumentan las diarreas con la corriente de El Niño; y en el sur asiático se ha declarado la mayor epidemia de dengue en años.

El Banco Mundial, por su parte, estima que la contaminación se cobra unas 800.000 vidas anuales.
En este contexto, los flujos migratorios, las mareas humanas que llegan desesperadas al mundo rico, a costa incluso de perder su vida en el camino, son el resultado inquietante de los cambios.

Y a esto se refirió mejor que nadie el presidente de Senegal, Abdulaye Wade, en unas declaraciones a la prensa el pasado mayo pidiendo ayuda a la Unión Europea para construir embalses: “Con esos pantanos se pararía la desertización, podríamos regar las tierras, crear empleos y frenar así la emigración”.

Registrar los cambios

Por su parte, para documentar lo que está pasando, un grupo de fotógrafos y periodistas franceses, el colectivo Argos, ha decidido dar forma a su compromiso con el planeta; por algo lleva el nombre del sistema de satélites dedicado a vigilar el medio ambiente de la Tierra.

De esta forma, sus miembros han viajado a nueve puntos clave de la geografía mundial para hacer visible lo que a menudo resulta difícil de explicar o incluso resulta invisible. El resultado es el proyecto Refugiados climáticos. Los autores son los redactores Aude Raux, Guy-Pierre Chomette y Donatien Garnier y los fotógrafos Cédric Faimali, Laurent Weyl, Eleonore Henry de Frahan, Hélene David y Guillaume Collanges. Y los escenarios: Estados Unidos (Alaska y Nueva Orleans), Bangladesh, los Himalaya, Chad, China, Alemania, las islas Maldivas y Tuvalu, un Estado del Pacífico que, según las previsiones actuales, quizá se hunda en menos de 50 años.

En resumen, es una tarea de reporterismo internacional que intentará responder, sobre todo, a dos preguntas clave: ¿Cuáles son y qué les pasa a las poblaciones que han comenzado a sufrir duramente el efecto de un planeta sometido a un cambio de vértigo?, ¿cómo es su éxodo y cómo reconstruyen sus vidas de refugiados ecológicos?

Alaska y el deshielo

La Coalición para la Reubicación de Shishmarief, un pueblo de 600 habitantes del noroeste de Alaska, fue creada hace cinco años por la comunidad indígena inupiak, que vive desde hace siglos en la isla de Sarichef (5 kilómetros de larga, 400 metros de ancha). Trata de llamar la atención de los poderes públicos y los medios de comunicación sobre los costes sociales y humanos que produce la progresiva erosión de su costa. La situación actual es resultado de cambios que comenzaron hace 50 años; desde entonces, la temperatura ha aumentado 2,4 grados en su región, lo que produce fuertes tempestades y la fundición de casi una tercera parte de la capa de hielo. La posibilidad de que se traslade a sus miembros a otra comunidad atenta contra su sentido de la supervivencia porque, aunque se les asegura que podrán cazar como antes, ellos saben que la razón por la que las comunidades inuits de Alaska se instalan tan alejadas unas de otras es precisamente para poder repartirse de modo equitativo los recursos animales sin agotarlos. Por eso, corren un grave peligro de desaparecer.

Tuvalu y las aguas

Las autoridades del archipiélago-nación de Tuvalu, en Oceanía, uno de los estados más pequeños del mundo, se han puesto en marcha para encontrar una tierra de acogida donde sus 12.000 habitantes puedan escapar de la preocupante subida del nivel de las aguas. En 2002, su Primer Ministro pidió a Australia y Nueva Zelanda la provisión de hogares si su país desaparece bajo las aguas. Por ahora, Nueva Zelanda ha negociado un acuerdo por el que da visas de trabajo a los tuvalenses. Aparte de ese plan, un grupo de gente ha puesto en marcha un proyecto para comprar una isla cercana a Fiji para su reasentamiento independiente.

Conocido mundialmente como el ícono de la vulnerabilidad al clima, Tuvalu es un archipiélago con nueve atolones coralinos entre Australia y Hawai y su punto más alto se encuentra a sólo cinco metros sobre el nivel del mar.

África, el lago chad

La cuarta reserva más grande de agua dulce de África, el lago Chad, fronterizo de cuatro países —Chad, Níger, Nigeria y Camerún–, se seca en estos momentos a toda prisa. Ha visto reducirse el 90% de su superficie en sólo 50 años y, por eso, arrastra a sus poblaciones al éxodo ante la mirada totalmente indiferente de Occidente. Níger, por ejemplo, ya no tiene acceso a él porque la retirada de las aguas lo ha alejado de sus fronteras. Y la constante escasez de lluvias produce verdaderos refugiados climáticos, que cambian la pesca en los fondos del lago por la agricultura o se hacen pastores de escuálidos rebaños y sufren los límites de la supervivencia cotidiana. Hace 50 años, el agua tenía una profundidad media de seis metros; hoy no supera ni siquiera el metro y medio. Así, los pescadores se encuentran anclados a la tierra. “La vida es muy dura aquí, no me debo desanimar. Es Dios quien ha creado el lago, y no hay que desanimarse nunca frente a una creación de Dios”, dice Moussa Gao, pescador nigeriano. Pero para el chadiense Samuel Ngargoto, de 35 años, “Dios tendría que hacer un milagro, porque vivir sobre el lago implica demasiado sufrimiento”.

Y son 22 millones de personas las que subsisten en la cuenca del lago. De éstas, unas 300.000 extraen su sustento directamente de sus orillas. La CLBT (un organismo creado por los cuatro estados ribereños más la República Centroafricana y Sudán, encargado del desarrollo de la cuenca del Chad) trabaja desde hace años en un ambicioso proyecto: excavar un canal de 300 kilómetros a partir del río Ubangui, en la República Centroafricana, para alimentar un afluente del Charl (el río que a su vez aporta el 90% de las aguas del lago y que desde los años sesenta sólo vuelca en él la mitad). Por otro lado, la Sodelac (Sociedad de Desarrollo del Lago), una institución creada por el Gobierno de Chad tras la primera gran sequía ocurrida en el año 1972, ha distribuido desde la primavera de 2005 media hectárea de terreno por cada familia desplazada a cambio de una parte ínfima de su cosecha. Pero ésta es una estrategia que no aplaude Dara Laobeul, especialista en pesca y acuicultura del Ministerio de Medio Ambiente y Agua de Chad: “A largo plazo, esto es negativo porque mata la pesca, pues disminuye la superficie acuática. En mi opinión, habría que dar prioridad a los proyectos de desarrollo de las aguas”. Su punto de vista ahí queda. Mientras tanto, el crecimiento demográfico, que en África es superior a cualquier otro punto del globo, amenaza con que los damnificados por las sequías sean cada vez más y con que se produzca un incremento de exiliados por el clima. El País de Madrid.

Al filo del abismo en la selva peruana

Pobreza extrema, crimen y una contaminación desorbitante amenazan la vida de unas gentes que únicamente piensan en la supervivencia. Con los ojos cerrados, por el sonido del remo chocando contra la corriente y el suave murmullo del río, uno podría pensar que está paseando por los famosos canales de Venecia. Pero el barullo proveniente de las orillas, en español o quechua, obliga abrir los ojos y a ver la desoladora pobreza de una Calcuta instalada en el Amazonas. Se trata de Belén, que se ubica en el departamento de Loreto, uno de los más deprimidos de Perú.

Allá, en el mismísimo cauce del Amazonas, llegan comerciantes de vegetales, madera y carne cuyo destino final es Iquitos. Y hasta que los productos son vendidos o intercambiados por otros languidecen en Belén, a sólo 15 minutos en mototaxi del centro iquiteño.

´Es un círculo vicioso. Ellos llegan a vender sus cosas y, como no pueden regresar sin nada a cambio, se quedan hasta despacharlo todo. Muchos terminan haciendo su vida en los márgenes del río, donde se bañan, realizan sus necesidades y pescan si tienen hambre o para colocar los peces en el mercado. Y el dinero que sacan lo gastan en los bares´, explica con voz cansina el reportero local Guillermo Reaño.

A tres metros de altura

Al igual que los gondoleros italianos, los habitantes de Belén, literalmente, han consagrado sus vidas al agua. Belén está partida en dos por el río Itaya y en sus orillas, se alzan endebles construcciones de madera a tres metros del suelo, sostenidas por troncos —muchos de ellos son los desechos de las empresas madereras de la zona—.

Durante las crecidas, entre marzo y junio, se forman intrincados callejones unidos por cordones de agua. Y templos de color blanco y melocotón, supermercados flotantes y pequeñas escuelas contrastan con el panorama de las casuchas. En las cantinas, entretanto, hombres de rostro demacrado se derrumban por el pisco, el whisky o el ron pirata de malísima calidad. Cuando el dinero falta, éstos se reemplazan por alcohol de quemar.

Los funcionarios de la Alcaldía de Belén, que pese a ser creada en 1999 recién inició sus funciones el 2003, admiten que se carece de datos estadísticos adecuados para trabajar en su municipio, pero se calcula que la población infantil y juvenil es de 23.000 personas, de las que el 60 por ciento sufre anemia.

Pese a todo, los betlemitas se las arreglan. Es raro aquel que no sepa nadar y conducir las barcas de madera. Y no es fácil. Bien lo sabe uno de estos remeros expertos, Juan Guzmán, de 15 años. Mientras que otros muchachos de su edad acuden al colegio, él se gana la vida transportando visitantes, peruanos y extranjeros por cinco soles (15 bolivianos). En sus travesías, siempre atento al camino, se limita a ir por donde los clientes piden.

Contaminación alarmante

En los lugares donde las casas escasean, el constante zumbido de las sierras eléctricas es el sonido de fondo. Y es que varios aserraderos operan en el trazado del Itaya. La mayor parte de la madera luce un código que autoriza su explotación, pero también existe madera sin ningún código, un tanto oculta del resto.

Las plataformas de trabajo están cubiertas con una gruesa capa de aserrín, cuyo aroma cubre las emanaciones de las heces fecales, el orín y la basura de los desagües cercanos y de los propios aserraderos. Por eso, no es de extrañar que los niveles de contaminación del Itaya sean considerados peligrosos.

Los estudios hidrológicos realizados en sus aguas indican que éstas están perjudicadas en un 90 por ciento. Así, los vahos malolientes y los plásticos arrastrados sin control por la corriente están a la orden del día. Hasta existe un pez que ha mutado, bautizado por los originarios como badre, que al ser consumido lo menos que ocasiona es una dura infección intestinal.

´Mi hijita de 11 años tiene dolores de cabeza por el dengue. Antes, ya tuvo cólera´, lamenta Giovana Rengifo Núñez, quien desde 1994 sobrevive con su familia en Belén.

Mientras ella sufre en silencio, decenas de letreros dan cuenta con brillantes letras rojas del peligro de pescar en el Itaya. Sin embargo, es rara la persona —hombre, mujer o niño— que no tome un momento de su tiempo en lanzar anzuelos de fabricación casera con la sola esperanza de capturar algo de comida.

´Tengo que alimentar a mi familia. No tenemos nada más´, justifica Federico Pérez, que recién ha cumplido 45 años y parece que tiene 60. Y el mismo pescado insalubre que consume se comercializa en los mercados de Belén e Iquitos.

Así, el cólera, la difteria, las diarreas crónicas, la malaria y las infecciones intestinales, entre otras enfermedades, conviven con los habitantes de esta población peruana. Y son habituales las escenas de niños vomitando cerca del río.

Es más, sus lugares de juego suelen ser a menudo las grandes montañas de basura, donde con su piel sucia y sus poleras con agujeros dan rienda suelta a su imaginación.

Y es que el municipio de Belén carece de un sistema adecuado de aseo y depende de los gallinazos, las aves carroñeras, los perros, los gatos y las ratas para hacer desaparecer parte de sus desperdicios.

En este contexto, entre las casas flotantes se forman pequeñas lagunas de agua estancada que sirven como criadero para las más peligrosas especies de mosquitos. Por eso, la fiebre amarilla y el dengue, que muy pocas veces atacan a la gente de Lima, la capital peruana, torturan sin dar tregua a los pobladores del departamento de Loreto desde hace varias décadas.

Y aunque cada semestre el gobierno municipal organiza campañas de educación y salud para combatir las plagas, los mensajes no llegan ni al 30 por ciento de los que, se supone, son sus destinatarios.

Refugio de criminales

Por si fuera poco, los criminales que acechan el centro de Iquitos, asaltando tanto a los pobladores locales como a los turistas, utilizan como vía de escape los recovecos de Belén, su estructura laberíntica, en cuanto la policía los detecta.

Por esa razón, para los vecinos de la zona, es casi un suicidio ingresar a sus hogares cuando se esconden las últimas luces de la jornada, pues un simple par de zapatos nuevos es a veces la excusa perfecta para que los maleantes le asesinen a uno sin compasión alguna.

Y de día tampoco es que mejoren demasiado las cosas. Así, atentos a los turistas desprevenidos, ladrones de mano rápida arrasan con cámaras, celulares y demás pertenencias de los bolsos, estuches y mochilas.

El vicio, por otro lado, es también una gran lacra, y es habitual ver en las esquinas más oscuras a adultos y adolescentes, de aspecto descuidado, con los ojos vidriosos y faltos de comida, esperando por su siguiente víctima para financiar su adicción, ya sea al alcohol, la clefa o la droga.

Al respecto, las autoridades del municipio, aunque han establecido rígidas normas en cuanto al expendio de bebidas alcohólicas y el tráfico de estupefacientes, se sienten impotentes para hacerlas cumplir de manera real, firme y efectiva.

Además, los problemas de Belén con la criminalidad son ignorados por el resto de los peruanos. Incluso los habitantes de Iquitos prefieren no saber nada acerca de sus vecinos.

Con todo, los betlemitas parecieran estar renaciendo constantemente de sus cenizas, pues ni siquiera un voraz incendio pudo acabar durante la Noche Buena del 2004 con sus bucólicas vidas.

Por aquel entonces, el fuego devoró muchas de las frágiles construcciones de madera, que fueron el alimento ideal para avivar las llamas en una de las peores tragedias que se recuerdan en el departamento.

Pero, tras los efectos del siniestro, Belén se levantó de nuevo en un abrir y cerrar de ojos, como si nada hubiera pasado. Y hoy la gente continúa normalmente con sus rutinas.

Unos botan la basura al río, otros pescan en sus aguas sucias ignorando los avisos de precaución y las propagandas políticas anuncian un mejor futuro para Belén, pero ése es un porvenir que nunca llega.

La región de loreto

El departamento de Loreto se encuentra en la zona nororiental de Perú. Es el más extenso de la nación vecina, abarcando 368.851 kilómetros cuadrados. Forma parte de la cuenca amazónica, por lo que la totalidad del territorio está cubierto por inmensos bosques tropicales. Asimismo, se halla poblado por una gran cantidad de empresas aserraderas, y atravesado por caudalosos ríos como el Itaya y el Napo. Además de la producción de maderas preciosas, Loreto concentra el 60 por ciento de la explotación petrolera de Perú.

Una de sus poblaciones más importantes es Iquitos, que atrae a los turistas por sus hermosos paisajes, sus construcciones de época y por ser lugar de filmación de la famosa película Fritz Caraldo.

J. Soruco, El Tiempo de Bogotá

Coroico, el tesoro turístico de los Yungas

Es el primer Municipio turístico del país. A tan sólo tres horas de La Paz, Coroico es el principal atractivo de los Yungas paceños.

¡Cómo ha crecido Coroico!, exclama una de las pasajeras del transporte quien, sorteando una niebla densa y peligrosa que ocultó las maravillosas vistas de la cumbre, ha llegado junto a otros turistas a la población ubicada en el norte de los Yungas paceños. La mujer llega después de cinco años y se sorprende al encontrar incluso edificaciones en lo que antes fue sólo un pueblo de paso.

El camino sin ninguna duda es peligroso, no en vano se ha ganado el lúgubre apodo de “Carretera de la muerte”, pero gracias al ingenio criollo, muchas agencias venden la aventura de bajarlo en bicicleta como turismo de alto riesgo. Incluso hay las que ofrecen poleras con el lema “Death road survivor” (Sobreviviente de la carretera de la muerte). Como sea, este camino es el más peligroso de Bolivia, y algunos aseguran que de Sudamérica entera. Además, ante el atraso de la entrega de la carretera nueva, no hay otra opción. Sin embargo todos coinciden en que llegar a destino bien vale los nervios del viaje.

Ubicado sobre una cima, Coroico/Kori Huaycu (Perdiz de Oro en aimara), fue uno de los pueblos fundado por los aimaras tal y como Chullu-humani (agua de rocío) hoy Chulumani, Khory pàta (lugar del oro) hoy Coripata y Huiro-pampa (campo de maíz) hoy Irupana. Sus calles pendientes y empedradas tienen un encanto especial además de estar rodeadas de un paisaje maravilloso que puede ser observado desde los distintos miradores y donde predomina el cerro Uchumachi. Aunque quedan muy pocas construcciones antiguas, todavía puede observarse restos de arquitectura colonial y republicana en algunas casas de Coroico. Sin embargo no hasta hace mucho abundó el cemento, y algunas construcciones desentonan definitivamente con el entorno, pero es que teniendo como principal objetivo el turismo y sin un plan ordenado de crecimiento, las ofertas se fueron multiplicando y el pueblo se ha convertido en una pequeña ciudadela con discotecas, karaokes, restaurantes con gastronomía nacional e internacional, hoteles de cinco estrellas y también alojamientos para mochileros o zonas especiales para acampar u hospedarse cómodamente disfrutando la naturaleza.

El primero

Desde paseos y caminatas, hasta trekking, bicimontaña, rafting y kayak en el río y canooping en los bosques de El Jiri en la Comunidad de Charobamba, el turista tiene varias ofertas para escoger. Entre los circuitos más promocionados actualmente están los de Coroico-Uchumachi, Coroico-Puente Mururata- Tocaña, Coroico-Vagante, Cascadas y La Cumbre-Coroico. También los caminos del Inca, El Choro y Sillutinkara, que se hacen en 3 a 4 días. En el trayecto se atraviesa parte del Parque Nacional y Área de Manejo Integrado Cotapata. La ecovía Chuspipata, Chovacollo, Coroico, se realiza en dos días.

Las poblaciones vecinas de Tocaña, Chijchipa y Mururata son capítulos aparte por el encanto de su gente y los atractivos turísticos. Tocaña por ejemplo, es una pequeña población habitada por descendientes de los esclavos negros que llegaron en la época de la colonia y es cuna de la saya afroyungueña.

Coroico es la 1° Sección Municipal de la provincia Nor Yungas y fue declarado en el 2004 como “Zona prioritaria de desarrollo turístico”, constituyéndose así en el primer municipio turístico del país, y debe ser un destino importante a la par de Uyuni, Copacabana y Rurrenabaque. Aunque es visitado sobre todo por los turistas nacionales, que aprovechan la cercanía con La Paz y desafían el camino, cada vez más son los turistas extranjeros que llegan al pueblo. Y absolutamente todos lo disfrutan.

Mónica Oblitas, Los Tiempos.