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El Describidor

Ser diabético: cuestión de educación

La diabetes es una enfermedad más común de lo que creemos, ya que afecta al 5% de la población. Pero no hay que asustarse. Seguir manteniendo el mismo estilo de vida con esta patología dependerá de adquirir una educación diabetológica eficaz. A muchos diabéticos, al ser detectados su enfermedad, se les indica qué medidas deben tomar para controlarla, sin que reciban una información adecuada sobre qué es lo que les está pasando en su organismo.

Por eso ponemos a examen esta enfermedad, para que todos aquellos que la padezcan o tengan familiares con este tipo de trastorno reciban una educación diabetológica adecuada como parte del tratamiento integral del paciente.

La insulina: el quid de la cuestión

La diabetes es una enfermedad producida por una carencia, escasez o mal aprovechamiento de insulina, hormona generada por el páncreas. La insulina permite que los azúcares provenientes de los alimentos que tomamos entren en las células para poder ser utilizados como fuente de energía. Cuando ésta falla, los azúcares se acumulan en la sangre, produciendo lo que se denomina hiperglucemia (niveles por encima de lo normal de azúcar o glucosa), desencadenante de la enfermedad.

No todas las diabetes son iguales

Existen unas crónicas y otras de carácter temporal, que responden a una determinada situación. Los médicos hablan de tres principales tipos de diabetes:

Diabetes tipo I: la padece el 15% de la población diabética. Su rasgo fundamental es que precisa de administración de insulina. Influye una cierta predisposición individual, así como alteraciones del sistema inmune e infecciones víricas, que pueden desencadenar reacciones de autoinmunidad con destrucción de las células pancreáticas que segregan la insulina. Es por ello la necesidad de inyectarse insulina.

Diabetes tipo II: el 85% de la gente que padece diabetes sufre la del tipo II o del adulto. ¿Su característica principal? No es dependiente de insulina. En ella están implicados factores genéticos, la obesidad, las dietas desequilibradas (muy energéticas y ricas en azúcares sencillos), el sedentarismo y el envejecimiento.

Diabetes tipo III: comienza en el adulto como diabetes tipo I y evoluciona hacia el tipo II.

No obstante, existen otros tipos de diabetes:

Mody: de inicio en la edad infantil pero con características típicas de diabetes de adulto.

Pregestacional y gestacional: se da durante el embarazo.

Secundarias: se dan como consecuencia de alteraciones orgánicas o enfermedades de páncreas, tiroides o glándulas suprarrenales, entre otras.

Síntomas que hacen saltar la alarma

Existen una serie de síntomas emitidos por nuestro cuerpo que nos desvelan que algo no funciona bien y podríamos estar ante un caso de diabetes. ¿Cuáles son?

Cardinales

Suelen ser típicos de la diabetes más seria, la de tipo I, ya que derivan de la hiperglucemia. Entre ellos:

Azúcar en la orina (glucosuria): la glucosa en sangre, al superar los limites normales, es eliminada por el riñón a través de la orina.

Aumento de la cantidad de orina (poliuria): es necesario una gran cantidad de agua para disolver el azúcar en la orina, por eso aumenta la necesidad de ir al baño.

Aumento de la sed: al perder tanta agua, el organismo se deshidrata y se tiene mucha sed, por lo que se bebe más para compensar los líquidos perdidos.

Aparición de cansancio (astenia): porque el cuerpo no puede utilizar el azúcar como fuente de energía.

Se estimula el apetito (polifagia): como no se aprovecha el azúcar como energizante, aumenta el apetito y se come en exceso. Esto provoca un aumento de la ingesta de azúcares que no se aprovechan, generando más apetito y creando un círculo vicioso que es necesario romper.

Adelgazamiento: también puede suceder que la falta de aprovechamiento de la glucosa suponga una pérdida de calorías al quemarse las grasas como fuente de energía, lo que provoca adelgazamiento en algunos pacientes.

Secundarios

Son síntomas menos llamativos, que pueden aparecer antes o después que los cardinales. Entre los más frecuentes se encuentran:

Picores generalizados o en los genitales.
Infecciones en la piel.
Retardo en la cicatrización de las heridas.
Infecciones de las encías y aflojamiento de los dientes.
Dolores y hormigueos en las extremidades.
Alteraciones en la vista.

Es más fácil detectar una diabetes cuando se presentan los síntomas cardinales, pero se hace más difícil diagnosticar sólo con los signos secundarios. Incluso hay ocasiones en las que el diabético no siente ninguna molestia, se encuentra bien, pero en realidad sus órganos internos se están deteriorando por el mal aprovechamiento del azúcar. Es lo que se denomina ‘diabetes silenciosa’. Unos análisis confirmarán o desmentirán un posible diagnóstico sin ningún tipo de duda, de ahí la importancia de someternos a un chequeo anual.

Quién puede ser diabético

Todos podemos padecer diabetes, pero hay personas más predispuestas que otras. Teniendo en cuenta que muchos de los casos pasan desapercibidos, se hace todavía más necesario que personas con mayor riesgo se sometan a reconocimientos médicos periódicos. ¿Quiénes tienen mayor riesgo?:

Las que han presentado en alguna ocasión síntomas cardinales o secundarios.
Las que tienen antecedentes familiares.
Las que sufren obesidad.
Las mujeres que durante el embarazo han tenido glucosa en la orina o han dado a luz a bebés de más de 4 Kg.
Las mujeres que han tenido varios abortos.
Las que sufren variaciones de su peso corporal sin ninguna motivación.
Las que presentan un aumento del apetito, sensación de aturdimiento, debilidad y mareo.

Es importante descubrir la diabetes a tiempo ya que, con el tratamiento adecuado, podemos mantenerla asintomática durante toda la vida, impidiendo que se produzca el deterioro de nuestro organismo.

La dieta: la base del tratamiento

La dieta se convierte en la base del tratamiento de la diabetes, ya que permite regular los niveles de azúcar en la sangre a través del alimento y previene posibles complicaciones a corto plazo (hiperglucemias e hipoglucemias) y largo plazo (enfermedades cardiovasculares). ¿La mejor? La dieta mediterránea, ya que equilibra el consumo de hidratos de carbono, proteínas, grasas y minerales. Pero, ¡cuidado! La dieta no cura esta patología, únicamente ayuda a controlarla.
Cada persona ha de llevar una dieta individualizada, variada y equilibrada, que se regirá en función de su estilo de vida (sedentario o activo) y de si recibe tratamiento con insulina o antibióticos orales. Aunque, en general, un buen plan de comidas favorece la reducción de las cifras de glucosa.

Existen una serie de puntos comunes a todas las dietas:

Debe ser rica en fibra (verduras, legumbres, frutos secos, cereales integrales y fruta), ya que ayuda a disminuir las oscilaciones de azúcar.

Reducida en grasas saturadas y colesterol (moderar el consumo de lácteos muy grasos, carnes grasas, huevos y sus derivados, charcutería, vísceras..).

Controlada en alimentos que contienen hidratos de carbono simples y complejos (cereales, patatas, legumbres).

Se recomienda sustituir el azúcar o la miel por edulcorantes tipo sacarina. En las diabetes en las que existen altas concentraciones de glucosa en la sangre, les queda totalmente prohibido el consumo de azúcar.

Se deben realizar entre 5 y 6 ingestas al día: tres comidas principales (desayuno, comida y cena) y otras tres intercaladas (media mañana, merienda y antes de acostarse). Así se evitan variaciones bruscas de azúcar.

Las bebidas alcohólicas son desaconsejables, ya que aportan calorías y pueden desequilibrar la dieta.

Una buena dieta no es sólo aquella en la que se elimina el azúcar y los dulces... es mucho más.


Adiós al sedentarismo

El ejercicio físico es otro de los pilares sobre el que se sustenta el tratamiento de la diabetes. La práctica regular de algún deporte aumenta el colesterol bueno en sangre, mejora la circulación periférica, ayuda a reducir las grasas y mejora el aprovechamiento de los azúcares por parte del músculo, lo que permite reducir las dosis de insulina. Además produce una sensación de bienestar psicofísico.

Sólo en determinados casos se evitarán algunas formas de ejercicio. Por ejemplo, en el caso de diabetes descontrolada (glucemia de más de 300 mg/dl.) o cuando existen acetona en la orina, ya que la práctica de ejercicios intensos descompensa los niveles de azúcar en la sangre.

Todo diabético ha de seguir unas pautas básicas a la hora de practicar deporte:
Debe realizarse regularmente, a las mismas horas y con la misma intensidad y duración.

No ha de coincidir con la máxima acción de la medicación. Lo mejor es después de las comidas.

Si se es menor de 30 años, y se lleva menos de 20 años con la enfermedad, siempre que no tengan síntomas cardiovasculares, se puede realizar todo tipo de ejercicio.

Después de los 40 años es recomendable un examen general y del aparato circulatorio en particular, antes de comenzar cualquier actividad física.

Si se necesitan inyecciones de insulina, se debe evitar la administración en las zonas sometidas a ejercicio (por ejemplo, las piernas).

Existen una serie de deportes, que por su naturaleza, son desaconsejados para los diabéticos:

Alpinismo: por peligro de hipoglucemia con pérdida de conciencia.
Pesca submarina: por peligro de hipoglucemia con pérdida de conciencia).
Los que implican riesgo de traumatismo: como el boxeo.
Los que suponen alta competitividad.

En general, es aconsejable que todo diabético consulte a su médico antes de inclinarse por una u otra actividad física. Él determinará, según el estado de salud y las posibilidades físicas, el tipo de ejercicio más adecuado y las limitaciones que puedan existir.

Los niveles normales de glucosa en sangre, deben estar entre 65 y 125 miligramos por decilitro.

Inyecciones de vida

En ocasiones, una buena dieta y ejercicio físico no son suficientes para mantener a raya el azúcar. En algunos casos, como los de la diabetes tipo I, se hace necesaria la administración de comprimidos antidiabéticos o insulina.
La insulina se destruye en el estómago, por eso no puede administrarse vía oral y se hacen necesarias las inyecciones para que su absorción sea total. Pero ahora esta ‘desagradable’ tarea se simplifica mucho con los "inyectores tipo pluma", en los que la aguja (pequeña y fina), la jeringa y el depósito de insulina forman una unidad, proporcionando comodidad, facilidad y un pinchazo prácticamente indoloro.

Esta hormona artificial debe inyectare siguiendo las indicaciones del médico. Aunque, generalmente, se realiza varias veces al día, antes de las comidas y cada vez en un sitio distinto, para evitar endurecimientos y abultamientos que dificulten la absorción de insulina. ¿Los mejores sitios? En la parte externa de los muslos, en la parte externa de los brazos, en las nalgas y en la parte anterior del abdomen.

Gracias al descubrimiento de la insulina, el futuro del diabético ha cambiado radicalmente, pudiendo llevar una vida normal.

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