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El Describidor

Trekking en Las Cuevas, Santa Cruz, Bolivia

Camino a Samaipata se encuentra Las Cuevas, hermoso paraje coronado por una imponente mole de piedra arenisca y cruzada por un par de rios de poco caudal pero incomparable belleza. Existe un camping donde se puede dejar la movilidad y armar una carpa; tiene baños limpios y agua potable (de vertiente)... ¿quién necesita mas? A pocos metros del camping nos internamos en la serranía siguiendo un curso de agua. Piedras, arena, y cristalinas aguas nos acompañan. Cantos de pájaros y silbar del viento nos envuelven. El sol, a esas alturas (1200 mtrs) no encandila; es mas bien agradable.

Caminamos por senderos abiertos por quien sabe quién, y llegamos a un paraje sembrado de rocas enormes como casas. Muchas de ellas obstaculizan totalmente el paso y hay que escalarlas. Otras veces, al llegar a su cima nos damos cuenta que al otro lado no hay nada mas que agua, una poza en la que debemos sumergirnos si queremos seguir adelante. Ningún animal se observa, aunque a trechos se huele el edor a orines, señal de territorios ocupados y hollados por nosotros. Seguramente nos observan desde algún matorral.

Una hora de caminata por esos terrenos y llegamos a una cañada. Imponente en su altura, unos 30 metros, angosta (unos 3 ó 4 metros), y llena de agua. Sus paredones están húmedos y cubiertos de musgo, orquídeas de altura, helechos. Uno que otro arbol se equilibra en esas paredes. Muchas pequeñas grutas naturales muestran verdaderos jardines cordilleranos, y en muchas encontramos víboras descansando... o esperando que pasemos nadando para saltar al agua y atacarnos. El aire se respira húmedo y primitivo. Organizamos los grupos y nos internamos en el agua.

El cañadón mide unos 300 metros de largo, y fué un verdadero desfile por la naturaleza del lugar. A unos 20 metros aparece la primera curva del río y desaparece el sendero que nos llevó hasta allí. estamos solos, en esa garganta umbría, flotando con nuestras mochilas, cuidándonos mutuamente de que no aparezcan víboras nadando, y admirando las mil y una manchas verdes en las paredes verticales. Es un paisaje del jurásico, primitivo y salvaje. Arriba se ve el cielo como si fuera una banda azul, y con un poco de imaginación se podría ver volar a un dinosaurio. El agua suena con un rugido sordo. La profundidad, desconocida. Esos 300 metros duraron unas 2 horas, llenas de misterio y recogimiento, considerando el tamaño del grupo (7) y su composición (principiantes y avezados aventureros).

Atravesada la quebrada, nos encontramos nuevamente con esa configuración de piedras gigantes. Nunca he sabido su origen, pero parecen restos de glaciares prehistóricos. Son muy parecidas a las que encontrramos en la Chiquitanía. Luego de un par de horas caminando por el río, llegamos a un claro en que pudimos descansar, desnudarnos para secar las ropas (hasta las mochilas estaban llenas de agua) e intercambiar impresiones acerca del paisaje dinosáurico que habíamos conocido. Todas fueron coincidentes: impresionante, y digno de filmar. Sin darnos cuenta, y luego de un reparador cafecito (menos mal que las cocinillas de excursión son a prueba de agua) nos fuimos adormeciendo... hasta que todo el grupo desapareció del mundo.

Carlos M. Duarte Merino

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