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El Describidor

¿Síntomas? Si, son los síntomas…

¿Por qué cuando hablamos o escribimos acerca de la vejez nos referimos a ella como si fuera algo que caracteriza a “los demás”? Como si estuviera fuera de nosotros. ¿Por qué en vez de vejez hablamos de “madurez”? ¿Es que con estos requiebros idiomáticos su efecto se atenúa? Y si la aceptamos y asumimos, lo hacemos casi con molestia, o por lo menos con cansina resignación. Que diablos, tenía que llegar… algún día.

Y ese día llegó. No de golpe, no sin aviso. De a poco fue haciendo notar su existencia, con una timidez digna de mejores causas. Un leve cansancio al levantarse, nunca antes sentido. Un dolorcillo de cabeza luego de un par de cervezas, cuando antes eran bebidas por metros cuadrados sobre la mesa y sin aspavientos. La vista, ya no tan certera ni precisa. Mis erecciones más blandas y cortas, muy distintas a las animales y sostenidas de antes. Uno que otro fracaso en la cama, cada vez más frecuente. Y mi orina, que antes salía como torrente y ganaba las distancias, ahora es suave y corta, como arroyo cantarín. Los inviernos ya dejan secuelas y los veranos son demasiado estivales para mi gusto. Las mujeres me siguen gustando, pero de otra manera; el sexo sigue siendo bueno, pero más buena es una conversación interesante. Mis ideas ya no son tan trepidantes y lapidarias, ahora están revestidas de comprensión y entendimiento. Ahora manejo conceptos nuevos: próstata, diabetes II, posible cáncer, muchas canas. Sí, los reconozco, son los síntomas de la vejez, que llega a mis 60 años.

Lo único que me funciona más o menos bien es el músculo, que tras tantos años de entrenamiento se niega a retroceder. Sigue dando pelea y me acompaña. Sigo siendo resistente para subir cerros y escalar montañas, para dormir a la intemperie e incluso bajo la lluvia, para recorrer kilómetros y kilómetros en descampada, sigo siendo un sobreviviente. Sigo siendo certero en la orientación, aún en la selva más tupida e impenetrable. Incluso me siento más sabio en el desafío y en la adversidad. Pero lo demás, ya empieza a flaquear. ¿Cuánto me queda? ¿2.000 días? ¡Si ya hablo de días restantes, no de años! ¿Qué habrá al otro lado? Ya me comienza la curiosidad… De lo único que estoy seguro es que no moriré en la cama; cuando sienta que se acerca, me iré a la montaña y me perderé en esas alturas amigas, respirando aire frío y puro y sintiendo trepidar el monte bajo mis espaldas. Entonces cerraré los ojos…

Que diablos, tenía que llegar… algún día.

1 comentario

Sylvia Rojas -

Mira tú...la vejez como la tuya no es vejez, no arrastras los pies, asi que por ahora digamos que sólo es sabiduría, como la de tu tía.

Saludos afectuosos.